DE LA JORNADA TERCERA

 

Salgo veloz porque soy el último en llegar al Valentín, que es tienda, la carnicería Arrieta, y que es bar y que nos han recomendado en el Gau-Txori para dejar Zubiri habiendo desayunado con contundencia. A solas, cuando me han dejado en la habitación, compruebo que el hexagrama es otro y que la cuerda que está vibrando es otra pero también aliviado cuando comienzan a aparecer las imágenes, la oca que avanza poco a poco hacia la roca y las palabras: »Comer y beber en paz y concordia. ¡Ventura! La roca es un sitio seguro, junto a la ribera.»

En el bar de Mikel mis amigas se entregan con ganas a la tortilla de chistorra que sujetan entre el pan de Arrasate que, también como Arrieta, es un negocio familiar aunque los de Arrasate con más de cien años de historia en sus levaduras y harinas. Los americanos decidieron pedalear sin probar bocado hasta Larrasoaña porque en la guía gastronómica que llevaban consigo se recomendaba probar ahí las tortillas malditas, que es plato de agotes [27] y de esta comarca.

Mientras abandonamos la calle de San Esteban en busca del Arga estamos de acuerdo en que, con sus casas como Espinal y esas alegres enredaderas colgantes, es lo más bonito de Zubiri a excepción del puente, y aunque en la Plaza Mayor es mejor no reparar.

Jacqueline dice que en su guía no se deja de hablar de las brujas desde la salida de Zubiri porque se sabe que las brujas vuelan de orilla a orilla como lo hacen los puentes, y hoy son varios los que atravesaremos. [28]

Dejamos Zubiri en ascenso por la calle de Santiago y en el último caserío una fuente. El barranco de Otsagain y un puente sobre una regata y tras eso un continuo rompepiernas. El barranco de Idoieta y pocas cosas tan enojosas como ese paso obligado por la fabrica de magnesitas, a la que por fortuna dan muerte como olvido Ilarratz, bajo el monte Measkoiz, Santa Lucía con su cementerio y Ezkirotz, desde donde disfrutamos de dos kilómetros de naturaleza paisajística hasta Larrasoaña.

En Larrasoaña, por el Puente de los Bandidos [29] veo asomar a Bea que »¡Ah gandul!» -me dice agitando uno de sus bastones en el aire. »¿Cómo se te ocurrió hacerme esta faena?» Las francesas, a pesar de comprender el español, se transparenta que no entienden la coyuntura pero la extremeña pronto nos sorprenderá a todos: »Estaba yo únicamente experimentando la realidad en el nivel de conciencia del chakra muladhara. ¡Jodido Manoj! ¡Mira que ir a fijarme en eso! Moviendo el culo y pensando con el culo como una jodida superviviente.»

Bea había tardado en hacerse consciente de que al informático le sobrábamos los dos y quería que le tradujera a las francesas lo que yo no estaba dispuesto. »No, Iñigo no es sólo un bastardo» -decía.

Y por Bea me entero de que Helga y Nelson también alcanzaron este pueblecito en el que existe un curioso museo [30] y que nosotros no pisamos porque nos quedamos del otro lado del puente.

Al cabo de una hora, y tras el paso por Akerreta, habíamos llegado a Zuriain tras el inolvidable tramo en el que el Arga nos solazaba.

En Zuriain había un bar en el que Bea no paraba de repetir »¡Hostia, hostia!» porque alguien le estaba contando una historia de esas que -según ese- era como de serie de intriga pero que, sin embargo, era real e involucraba a la familia de alguno de los del pueblo o de los del pueblo de al lado.

La historia Bea ya nos la comparte cuando, tras la carretera y el camino hasta Irotz, nos da alcance junto a la iglesia de San Pedro y aunque la cantidad de interjecciones que compromete es casi la misma. La historia -dice- se remonta a principios del siglo pasado, al día del Corpus, cuando el jardinero mayor de la Taconera -»¡Hostia! Alto, guapo, fuerte» -, sospechando de la existencia de un ladrón, se encierra en una de las casetas esperando poder probarlo.

Al jardinero lo dejaron ahí desangrándose y cuando lo encontraron estaba en estado cadáver. Cerca de un siglo después, se consigue el permiso y un nieto exhuma los huesos en compañía de un amigo director de cine que esto está pensando en filmarlo. Descubren el esqueleto y el estoque con el que le dieron muerte y que la madre del muerto -por alguna razón – enterró con el cadáver. El esqueleto en el panteón está intacto mientras que del de la madre, que tardó en morir, ni vestigio queda de sus huesos. »Pero eso no es ningún misterio, ma chérie -le replica Solange. Sólo significa que la humedad circundante no debía ser la misma en todo el terreno. El misterio es que fuera un estoque. Y la señal es que tú no dejas de repetir esas dos palabras: hostia y estoque.»

Tras cruzar el puente de Iturgaizt para abandonar Irotz, otro puente medieval como los anteriores y pese a la carretera, anduvimos hasta Zabaldika entrados por un sendero donde habían colocado otra de esas cruces homenaje, mientras Bea no dejaba de indagar a Solange que se hacía patente a cada paso que se estaba cansando. Eran cuatro todavía los kilómetros que nos separaban de Arre cuando divisamos la piedra de San Esteban, iglesia de principios del XIII con tañido entrañable. »Es que no comprendo como ¡Hostia! puede ser una señal de algo» -repetía Bea una vez más cuando volví a ver el cuervo políglota y me quedé en blanco.

Anda, espabílate -me dijo ella. Deja de escribirlo como si tú fueras él y cuéntanoslo como si fuera una historia cualquiera, como esa de los psiquiatras del Sistema y el pasillo al que también van a parar las madres que incumplen el dictamen del juez y osan visitar a su hijita en las horas del recreo… Eso me dijo y por eso me olvidé de lo del cuervo.

[en el cuaderno de la libreria Paradiso en Gijón]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[30]

Santiago Zubiri alberga en su propia casa, el 16 de la calle de San Nicolás, un pequeño museo que no sólo integra recuerdos de los peregrinos que por ahí han pasado sino más de veinte libros que son un testimonio histórico de nuestra época. Guillermo Zubiri nombra entre los más conocidos a Shirley McLaine y a la familia de Coelho.

[29]

El Puente de los Bandidos es una construcción del siglo XI pero si recibe este nombre será porque a principios del XIV unos bandidos se apostaban en las inmediaciones para robar a los peregrinos.

Arturo Borruel Olano se estableció en Larrasoaña hace 32 años y cuenta que durante los dos primeros no supo ni lo que era un peregrino y la llegada de uno asegura que era un puro testimonio. En Larrasoaña los documentos que maneja reflejan pocos hechos de los peregrinos, alguno que enfermó y alguno que se fue robando algo pero lo que curiosamente recogen es la figura de la serora que tenía obligación de proveerles de fuego y poco más.

Guillermo Zubiri Elizalde, hermano del que fue el famoso alcalde y promotor del Camino, Santiago, sin embargo recuerda que cuando algún peregrino aparecía en el pueblo se acostumbraba a recogerlos en las propias casas. Reconociendo que los más hospitalarios nunca solían ser los más pudientes, y es que aquí las tierras no daban siquiera para vivir. Y Larrasoaña sobre todo estaba acostumbrada a los mendigos, el más conocido José Arellano, a las carretas de húngaros con la cabra y la mona y al llamado ambulante de la corneta del pescatero, un tal Uterga que llegaba con los pescados en la parrilla de la bicicleta, y al que reconocían en que cuanto llegaba los venticinco gatos de las casas del pueblo.

[28]

En realidad, esas << falsas mujeres hechiceras que llamamos brujas y xorguiñas>> y a las que así se refiere Marcelino Menéndez Pelayo en su ‘Historia de los heterodoxos españoles’ (1880-1882), lo que se creía era que salían volando por la ventana las noches de los miércoles y los viernes, y algunas llegando a cruzar el océano, como sucedió en 1529 cuando una de ellas fue vista en Las Palmas. Brujas que tenían el poder de desatar tempestades y que por compañía frecuentaban la del demonio, a veces<<con figura de cabrón y otras veces con la figura de un mulo grande y hermoso.>> Su caza se inició en España a finales del siglo XV, en Zaragoza.

Y lo recomendable en este punto sería acudir al conocimiento de Javier García Turza, que es doctor en Historia y profesor de historia medieval en la universidad de la Rioja. No por lo que vaya a compartirnos sobre ese licenciado Balanza que por estos parajes anduvo volcado en esas ejecuciones y al que acompañaba su verdugo. Sino porque, con un lenguaje exquisito, es capaz de descubrirnos todos los secretos de la construcción de estos puentes medievales, desde el deseo mismo de espiritualidad que convivía con aquellas otras necesidades del temeroso mundo que poblaban estas gentes pero igual de fundamental.

Enumeraré -para abrir boca- algunos de esos conocimientos que él destila: el río como el mayor impedimento inimaginable, los diferentes materiales que emplea el constructor medieval frente a la depurada técnica de los ingenieros romanos, la durabilidad de las reparaciones, la carencia de estudios de hidrodinámica, la importancia de las cimbras o andamiajes, el sacrificio -sí, como se lee y pone el ejemplo de la Bretaña francesa, un niño o a uno de los obreros- y las leyendas relacionadas con los pactos con el diablo. Los portazgos, los gremios y su conformación, el vano y el arco. Y que al final alcancemos Pamplona y su puente de La Magdalena sabiendo que tiene tajamares triangulares contra la corriente para abrir las aguas y evitar qué cosa, y al otro lado para contrarrestar las turbulencias.

 

[27]

La tortilla maldita es una tortilla de patatas pero cuajada con manteca, a diferencia de la española que se fríe con aceite, y a la que se le añade una seta menuda que es escasa y de sabor suave. Esto puede leerse en el libro sobre el Camino de Santiago que escribió María Emilia González Sevilla. Y aunque resulte extraño porque las zonas donde se reconocen asentamientos agotes son principalmente el valle del Roncal, situado en la merindad de Sangüesa, y el del Baztán, ese que Dolores Medio acertó a poner en boca de tantos con su trilogía, en Larrasoaña los documentos confirman la existencia de una casa de agotes situada a tres tiros de ballesta del casco urbano, junto a una regata.

Agote que es sinónimo de ser tratado como un apestado y cuyo origen no puede ser más incierto aunque varias sean las hipótesis que se barajan. El primero el de la cruzada albigense que se reconoce en la carta que se hace llegar a León X en 1517, y como protesta por a la discriminación que sufren en las iglesias.

Los agotes son los que han sido obligados a coserse un trapo rojo en forma de pie de gato (o, como les gusta reseñar a otros por su vinculación iniciática, una pata de oca). Pero ni esa bula que el Papa Médici-Orsini firma ni leyes muy posteriores, como la del 27 de octubre de 1817 que es la de la prohibición de las Cortes Navarras, logran acabar con el desprecio que expresan por los foráneos las gentes de estos pueblos autóctonos, como son los navarros y los del Pirineo aragonés, donde también se asentaron.

A mí, en lo particular, la hipótesis que más me convence es la que desarrolla Alizia Stürze que defiende que los motivos de la exclusión fueron mayoritariamente económicos. Esta tierra no era rica y no se podía permitir que los venidos de fuera adquirieran derechos sobre ella. Y de ahí que los intereses económicos propiciaran las supersticiones.

Sin embargo, a Xabier Santxotena, el artista que da vida a las esculturas de la Casa-Museo Gorrienea en Bozate y descendiente de agotes, parece que a pesar del siglo de la mudanza, el XIII, le gusta pensar que sus genes son o godos o vikingos porque Bayona no anda lejos y, sobre todo, el agote es un artesano de la madera. Hábiles en la pesca, atrapaban las truchas del río con las manos. Seres humanos que no podían tener tierras cultivo ni extraer la madera de los bosques comunales, o beber en las fuentes de los pueblos y que para los otros valían menos que un perro. A los que quemaban los pies con un hierro candente si sorprendían andando descalzos porque así lo contemplaba la ley y porque se creía que por donde pisaban no volvía a crecer la hierba, que cualquier cosa que tocaran la contaminaban. Quiero decir, conocí a una niña a la que sus padres le dijeron que no podía tocar bajo ningún concepto una pelota que antes hubiera tocado un gitano porque era letal y ya estábamos en el siglo XXI. Entonces, nada que sea tan extraño, es una forma social de pensar, un <<sensus communis>>, un consenso.

[26]

En Uganda lograron ver al Ave Hewn, la más representativa y casi quinientas especies de pájaros más. Pero sobre todo Uganda supuso para Daniel el contacto con los gorilas. Esa forma de vida que amó Dian Fossey y que muchos de nosotros sólo conocemos por Sigourney Weaver, la búsqueda inefable y el contacto primero, el macho de espalda plateada cuando carga contra uno.

Y el peregrino ya no va a mencionarlo porque, aunque él nunca nos lo diga, está deseando quedarse a solas con Daniel para hacerle una pregunta pero lo haré yo en su lugar.

A Daniel todavía le restaban dos grandes expediciones. Una a Nueva Zelanda, de la que desde que era muy pequeño su madre le había hablado como de un lugar maravilloso. Y de hecho les recordó que ‘El señor de los anillos’ se había rodado ahí: la comarca de la Tierra Media en Matamata, los bosques del monte Victoria en Wellington o el río Hutt, el río Anduin, el parque Harcourt, los jardines de Isengard y así..

Daniel visitó las dos grandes islas pero con estos amigos que ya hemos mencionado, islas que están separadas por el estrecho de Cook. Las islas y los fiordos. Islas de pájaros confiados, porque los pájaros en esas islas no tienen depredadores, loros alpinos, kiwis alimentándose en la playa en la noche y sobre todo muchos pingüinos y entre ellos el más raro espécimen del mundo. O albatros que son los maestros del aire y que, tal vez por eso, le disputan al maestro del mar, el tiburón azul, las presas. Encuentro que no siempre para los albatros es sin consecuencias ya que alguno ha de perder del bocado algún ala.

Y por último las islas sub-antárticas de Nueva Zelanda donde vuelve a liderar otra expedición a bordo de un rompehielos ruso, en el no mítico territorio de los 40 rugientes y los 50 ululantes, donde las olas son como montañas y la climatología es la más cambiante que uno pueda imaginar. Las islas en las que crían todas las especies del albatros del mundo y en las que es que es posible no ver a un pingüino pero porque sólo es posible ver a un millón. O cetáceos, orcas, cazando en familia focas alrededor de la zodiac. Focas que no son esos leones y elefantes marinos que llegan a medir seis metros y entre los que Daniel caminó.

.

.

.

[25]

Nueva Guinea o donde los hombres van desnudos y siguen haciendo fuego como en la edad de piedra, matándose con arcos y machetes y donde el canibalismo todavía es una realidad.

En Nueva Guinea hay más tribus que en ningún otro lugar del mundo, ochocientas o más que hablan ochocientas o más lenguas. Una tierra donde los ríos salvan desniveles muy importantes y los trekking son durísimos, con sus montañas prácticamente verticales. Pero tanto el sacrificio como el esfuerzo -para los amantes de estas especies- queda recompensado cuando se encuentran con esas aves que elaboran un jardín y lo decoran para atraer a la hembra. Y siempre con los mismos colores y siempre con las mismas formas. Y si cerca hay asentamientos humanos incorporan, con su extraordinario sentido estético y combinatorio, todo aquello de lo que los humanos nos desprendemos, como pueden ser las tapas o las chapas. La goura victoria, el martín pescador de la isla perdida y las espectaculares aves del paraíso. Más en concreto, el ave del paraíso republicana que han tenido el gozo de ver poco más de un par de centenares de personas en el mundo, porque habita en dos islotes muy remotos de la parte occidental de Papúa Occidental, el momento cúspide de una vida, un pájaro del tamaño de un gorrión que brilla en la oscuridad. Y que a cualquiera de nosotros nos estremecería.

.

.

.

[24]

Daniel les contó que Costa Rica era un país pequeñito del tamaño de Extremadura en España, entre Nicaragua y Panamá. Costa Rica había sido el primer destino que le llevó fuera de Europa, cuando era un niño. El viaje en el que averiguó dos cosas, lo mucho que le gustaba viajar y lo que mucho que le gustaban las aves y los climas tropicales. Pero si esto se lo cuenta es porque dice tener la sensación de que en la vida todo termina entrelazándose. Así que Costa Rica volvió a él con el proyecto de un viaje de trabajo. En realidad una de esas decisiones que en muy raras circunstancias pocos nos vemos obligados a tomar. Porque a Daniel se le ofrecía la oportunidad de seguir adelante con una carrera prometedora en el hospital en el que trabajaba como especialista o dedicarse a la ornitología activa, guiando expediciones por todo el globo. Y eso les compartía, los criterios que sopesó para aparcar a un lado la estabilidad y la seguridad de una profesión comprometida, y llegar a sentirse como un privilegiado al vivenciar en carne propia lo que para la inmensa mayoría de nosotros sólo existe a partir de la contemplación de un documental.

La pasión de Daniel, las aves, se remonta veinte años atrás y se inició en la charca de unas marismas. Eso, el surf y las personas. Pero este último año, el de sus grandes viajes, había comenzado en el país más representativo del África negra, el país que toma su nombre de la cumbre más alta que lo domina, Kenya, la prueba y donde aprendió, ya durante la primera semana, que África es un continente peligroso porque muchos de los animales que lo pueblan sólo te ven como alimento.

Daniel no sólo les contó sino que que imitó el ulular del búho que escuchó aquella noche cuando se decidió a abandonar la tienda e ir en su busca, hasta que oyó a las hienas y el temor lo impulsó a regresar a la seguridad del campamento. A la mañana siguiente, a 150 m, un grupo de militares rodeaba algo, eran los restos de una persona.

La Kenia indómita pero también la Kenia de las tonalidades anaranjadas, cuando los descomunales elefantes del Parque Nacional de Tsavo se bañan en tierra y la tierra se seca sobre ellos.

En el Norte de Kenia -les contó luego- hay grupos armados, células terroristas y muchas zonas minadas. No puedes moverte sin que los militares te acompañen a todas partes. Militares que patrullan las 24 horas sin el seguro puesto, dispuestos a disparar en el que momento que sea y algunos armados incluso para derribar aviones. Pero a cambio están los atardeceres en la sabana, que son inolvidables.

Por volcanes, fiordos, desiertos, las selvas, los polos, el mar… Llegando a ver cerca de dos mil aves, la quinta parte de las que existen. Y en Navidad Etiopía pero en esta ocasión en compañía de sus amigos, esos mismos que ellos vieron irse en dirección a Pamplona. Y con estos amigos alcanzó un río, aunque no les dijo en qué vertiente pero les contó que en el río había cocodrilos e hipopótamos y que, intempestivamente, los niños de la aldea de la otra orilla, desnudos como estaban, bajaron corriendo la ladera y cruzaron ese río a nado, a pesar de que les temían porque se acercaron a ellos agachados, tal vez impresionados por las vestimentas y los artilugios pero luego más aún cuando les mostraron sus casas a través del telescopio. Niños muy pobres pero ricos en sonrisas, grandes sonrisas que les iluminaban. Sonrisas de las que te cambian por dentro -les explicó- porque cómo sin tener nada o tan poco y pasando hambre se puede llegar a sonreír desde la propia felicidad.

En Etiopía, en los setenta, la hambruna que asoló el país se cobró la vida de más un millón de personas y Daniel les dice que sus efectos aún hoy se siguen sintiendo. En Etiopía se convive con la escasez de los nutrientes y sobre todo con la sed. Y por la zona es típico que el restaurante sea la propia carnicería y es tradicional comer la carne cruda. Cruda, no poco hecha y él no se resistió a probarla con el nefasto resultado de que enfermo de gastroenteritis, y tras llevar varios días andando sin suero por el desierto, se colapsó creyendo que iba a morir en aquella choza en la que sus padres estuvieron tan presentes en su pensamiento. Afortunadamente, sus amigos acertaron a dar con un grupo de alemanes que iban bien provistos y los blancos pelícanos de los lagos del valle de Rift, aves endémicas, todavía le estaban esperando.

Y por fin Costa Rica donde, entre contorsiones y arrastrándose por entre la selva, rememora emocionado la tarde aquella que en Monteverde estuvo buscando con esa ilusión desmedida con la que persiguen los niños inexorables las cosas, un queztal bajo la lluvia.

Los padres de Daniel no experimentan la misma pasión que él por los pájaros pero siempre lo han alentado a sentirse en libertad de explorar. Y creo que aquella tarde -él quiere decir- no se habría sentido libre si por depender de ellos renuncia. Ésta – y todos se muestran de acuerdo- es una gran cosa, la fidelidad que uno se debe a si mismo. Así que al día siguiente el niño y sus padres, olvidando sus propios planes, se internan de nuevo en la selva en busca del  ave y él puede atisbar aquella hembra de plumas manchadas y pecho carmesí, tal vez la descendiente legendaria desde la noche de la sangre pero -como poco- el sueño cumplido en la existencia de muchos ornitólogos.  El hermoso contraste de la fecunda Costa Rica de gentes amables, la oscuridad de la selva con sus monos aulladores, colibríes, tukanes y los atardeceres ideales de la Costa del Pacífico.

Y California y Baja California, donde vieron ballenas azules, el animal más grande en la historia de la Tierra, 30 m y más de 2oo toneladas, una especie hoy amenazada. Y ballenas grises en la laguna de San Ignacio, donde sucede esa cosa rara que es que una ballena asome y te mire a los ojos. Ballenas curiosas e indómitas que disfrutan jugando contigo y a las que puedes acariciar. Caricias como las que todos los que tenemos piel hemos buscado, sentir sensaciones que son gigantescas. La naturaleza en estado puro en esas emociones a flor de piel y delfines y rayas voladoras que saltan metros y muchas focas, antes de Marruecos.

Marrakech y la Plaza Jema-el-Fna, un sitio que Daniel describe como maravilloso y en el que empaparte de la cultura árabe y de las tradiciones antiguas. Pero también como el hogar del abejaruco marroquí, el merops papirrojo. Marrakech antes de la Turquía de Erdogan, esa posición estratégica a la que la Europa de los pueblos apela como una greda.

Aunque Daniel es de la Turquía de la zona kurda de la que habla, los kurdos, esa nación sin Estado donde los cazas les sobrevuelan y donde algún ave desaparecida en combate sin embargo regresa, el búho pescador marrón que se creía extinto. Pero Daniel siempre será ese niño capaz de identificar a una collalba desértica en el meridiano de la infancia o su punto de inflexión. Turquía que es un lugar terrible para que a un magnate que sufre obesidad mórbida le suceda esa fatalidad que le lleva a romperse la tibia y el peroné cuando la cobertura es inexistente, hay que subirlo a un tractor sin grúas y trasladarlo, dando gritos de dolor, hasta un centro donde supuestamente debería encontrarse la técnica y donde sólo las moscas tienen alas, plaff, plaff!

[22]

Después de abandonar su habitación en la Maison Volière, Solange anduvo hasta Place du Marché y admiró por última vez el trompe l’oeil de la Maison Neuf.

En Sagnemoussouse, a la salida avistó por delante a dos peregrinos pero no apuró el paso para darles alcance. Sin embargo, la pareja se detuvo a consultar su guía en el desvío a Pierre Folle. La guía no era otra cosa que un cuaderno de hojas amarillentas que a Solange le transmitió la sensación de ser muy antiguo.

Los peregrinos eran británicos, él antropólogo y de Headintong y ella arqueóloga y de Cowley y no eran peregrinos. Viajaban con tienda de campaña y Solange los acompañó hasta el lugar en el que plantaron la tienda, al lado mismo del dolmen porque viajaban con un permiso especial. Luego, los tres se dirigieron al Auberge des 4 Vents, donde comieron y disfrutaron de la sobremesa y parte de la tarde, en Saint-Priest-la-Foille.

Después regresaron al campamento pero no esperaban visita porque Pierre Folle es el lugar en el que se encontró muerto a Blaise Pincenault. Evidentemente él no pudo dar testimonio de lo sucedido pero la leyenda cuenta que se le aparecieron siete extraños seres vestidos de blanco. Siete extraños seres que se transformaron en siete vírgenes bellas como el día pero una de ellas más, esa con la que sella, con algo que un beso, el compromiso.

A manos de Harry y Maud el descolorido cuaderno había llegado de una forma muy misteriosa. Una mañana en un sobre, a nombre del Departamento de la universidad. El envío procedía de unas señas en Compostela que por más que hicieron por ubicar parecía haberse borrado de la memoria de las gentes. Detalle que alcanzará a ser crucial para nosotros andando el paso del tiempo. Pero lo que hoy podemos saber es que en este cuaderno-guía Pierre Folle se lee <<Crazy Stone>>.

.

.

.